Cuando Benet empezó la guardería para niños de necesidades especiales, todo se puso de repente al revés. Anteriormente conseguimos que caminara por si solo incluso hasta diez kilómetros diarios o más. En casa estuvo bastante tranquilo, acompañándome en mis quehaceres diarios. Sin embargo, con la entrada a la casa de cuidados matutinos, dejó de querer caminar. En casa gateó o ando únicamente lo mínimo “obligado” para llegar a sus juguetes. Y fuera no quiso dar ni un paso. De nuevo volvió a golpearse muy a menudo con la mano, como si se golpeara a si mismo si yo no estaba presente en cada uno de los microsegundos de su tiempo de vigilia. Y de repente volvió a desear sus actividades repetitivas: tirar las piedras sin cansar a pesar de que esto le ponía nervioso. En otras palabras, todo aquello que hacía un año atrás, el punto desde el cual habíamos hecho ya muchos pasos para adelante. Esta vez, si queríamos recordar uno de estos pasitos adelante, pudimos presenciar como tiraba todo al alcance, como golpeaba a todo, como daba patadas, y si podía, como mordía. Sus gritos de rebeldía parecían como si de verdad le estuvieron matando. Cuando a veces le quería quitar su jersey para ir a dormir, gritó en plena desesperación de »peligro de muerte«.
Todo esto despertó en mi una crisis profunda. De repente sentí que no era capaz de ayudar al niño, y con ello tampoco a los demás. Pareció como si todos los progresos del último año se los llevara el viento. En mi seguía ardiendo el deseo de ayudarle. Pero su oposición en una forma tan extrema y presente en cada paso me llevó a mi crisis de »maternidad« y de »terapeuta« de un niño en cuidados intensivos. ¿Cómo romper el círculo vicioso de esta dependencia para todo? ... cambiar el pañal, llevar la comida a la boca, llevarle a Benet en brazos (o cochecito) a pesar de haber crecido bastante por encima de un metro ... sin esperanzas de mejora. Mi vida volvió »a él y solo para él« y pude sentir de manera muy visible las cadenas pesadas y gordas que no me permitían vivir mi propia vida.
Así pedí al Cielo ayuda en mi camino hacia la libertad, porque esto era justo lo que el cuidado intensivo me »quitaba«: la libertad. Vino bastante rápido. En mis meditaciones, en las que yo escucho la Voz, que siempre me acompaña, pude ver una y otra vez un ser enorme, como si fuera un Gigante. El Gigante se me enseñó en una luz dorada. A través de él pude sentir una fortaleza y una dicha fuera de todo lo conocido. Para él todo era sencillo y fácil. En uno de los dedos del pie, al final del todo, tenía un cuerpo chiquitito. Era tan pequeñito y para el Gigante »pan comido« gestionarlo. Él pudo con el como si fuera una marioneta, la más fácil del mundo. Y este Gigante, tras un sueño profundo, me reveló su gran secreto de toda su fortaleza y de toda su dicha que poseía: algo que estaba al alcance tanto para mí como para Benet. Así un día llegué a ver el sentido profundo de mis circunstancias de la vida, que en aquel entonces me rodeaban. Cuando Benet visitaba el centro de cuidados esto no era simplemente un centro o una guardería donde yo le dejaba y donde realmente le cuidaban muy bien, como donde también Benet estaba muy a gusto. Ahí también yo me cruzaba con muchos niños de cuidados muy intensivos y en plena dependencia de sus cuidadores (padres). La mayoría de los compañeros de Benet estaban en una silla de ruedas todo el rato. Solo lo »interrumpía« el tiempo de descanso y de dormir. El encuentro con estos niños me ayudó a reconocer mi propia debilidad, que dormía y operaba mi vida desde mi inconsciente. Reconocí mi propio espejo tanto en todos estos niños, como también en mi hijo, que de repente no quiso andar más: o más generalizado que ya no quiso »cuidar« su progreso. Pude ver y sentir como nosotros solos tiramos la toalla cuando nos sentimos débiles, pequeños. Si perdemos el contacto con el Gigante, que vive en nosotros, o sea, con nuestro espíritu ilimitado que es el único que conoce la VERDAD, nos entregamos a la dependencia de los demás: creemos que no podemos. Y como consecuencia nos enfada lo que los demás hacen con nosotros: ya que no podemos elegir »cuando comer«, »que comer«, »a donde de paseo«, »cuando me cambian el pañal y como« ... o también de otra manera ... »que puesto de trabajo realmente puedo tener y como haría yo las cosas sin el jefe«, »cuando de vacaciones y a donde« ...). Después del enfado y la impotencia viene la tristeza y la depresión, como también el miedo ante aquel o aquello, ya que se había acumulado tanta energía »de dependencia y debilidad« que nos hundió en las profundidades de los mares.
Y esto es visible en TODOS nosotros ... también en nosotros - gente »normal«, que nos enfada una u otra cosa, como si los demás fueran responsables de nuestras circunstancias y malestares. NOSOTROS SOLOS TEJEMOS TODO ESO CUANDO TIRAMOS LA TOALLA Y CUANDO ASÍ NOS »SEPARAMOS« DEL NUESTRO GIGANTE ... para vernos »pequeños, acomplejados e incapaces de muchos logros y sueños que tenemos«. El resultado es la dependencia. Pude ver con claridad que la dependencia tiene sus raíces mucho más profundas de lo que aparentan ser. Dependencia no solo se ve en sus extremos como son las drogas, el alcohol, el tabaco, las personas de cuidados intensivos. La dependencia descansa también en todos aquellos lugares donde nosotros contamos con los demás para »salvarnos«, para sentirnos “amados”. Así muchos de nosotros vivimos en la ilusión de que tenemos que enamorarnos y vivir con alguien - en la mayoría de casos para que así al menos uno nos ame, y este »uno« no incluye a nosotros mismos. O de manera similar, vivimos en la ilusión de que nos curará un tipo de medicina (sin importar si es alternativa o alopática). Cada vez que tomamos una pastilla, una bolita o una gotita, contamos con la fuerza del otro para curarnos. Si mirásemos un poco más detenidamente el proceso de la enfermedad, seríamos capaces de ver que la enfermedad física solo es el reflejo de nuestras creencias. Entonces también seríamos capaces de ver que una pastilla mágica de fuera no nos puede ayudar, ya que somos nosotros quienes tenemos que cambiar de la mentalidad, para que otros pensamientos comiencen a tejer la realidad de otra manera – más sana, más libre y más amorosa de verdad. Esto claramente es posible y así lo muestra mi parto sin dolor o la manera de calmar el centro irritado en el cerebro de mi hijo (sin pastillas). Pero para ello necesitamos confiar en el Gigante y seguirle en lo que nos enseña sobre la verdadera grandeza de nuestro Ser. Cuando dejamos de »caminar«, como me reflejó mi hijo, tiramos la toalla y nos entregamos a las manos de la debilidad, del destino y con ello nos sentamos nosotros solos sobre una »silla de ruedas«. En la mayoría de casos somos capaces de ver esto en nuestros años ya muy avanzados, cuando ya no somos capaces de andar solos y terminamos en cuidados de algún pariente o de un centro de ancianos. Pero para que no fuera así preguntémonos ya ahora mismo y en cada instante de nuestra existencia: ¿QUE DEPENDENCIAS TENGO YO MISMO? Igual estamos en terapia de cáncer y permitimos curas con radiación o láser. Si lo miramos un poco más profundamente, veremos que este tipo de terapias »mata« tanto a las células cancerigenas como a las sanas. Y preguntémonos: ¿Si existe el Creador y es puro Amor realmente quería que yo me matara (aunque sea solo parcialmente) para volver a la vida? ¿Es la enfermedad (la circunstancia) que veo más bien el reflejo de lo que yo creo que es, o así es la Verdad? ¿Es la verdad así de dual: vida-muerte; guerra-paz; amor- odio ... o solo veo el reflejo de mis propias creencias que se han rendido en la debilidad? Igual podríamos vivir totalmente libres y dichosos si creyéramos solo en la verdad del nuestro Gigante y con ello en su PODER INTERIOR. Pero para creerle tenemos que dejar muchos actos de »dependencia«, muchos más de los que creemos tener a la “primera vista”. Contar con otros en vez de con nosotros mismos, es tirar la toalla ... y con ello creer en la violencia, en guerras, en la desesperanza ... donde las cosas son diferentes de lo que yo deseo porque »yo no puedo hacer nada a respecto«. Solo nosotros mismos podemos quitarnos »la silla de ruedas« ... sin importar si es una silla física o pastillas o una pareja. ¿Porqué a veces creemos que no podríamos vivir, por ejemplo económicamente, si nos separáramos de la pareja (cuando, por ejemplo, la convivencia se hace »insoportable«)? ¿Es esto la pura verdad o solo el reflejo de nuestras creencias que nos ve pequeños e incapaces? ¿Es el sentido de la pareja dependencia o igual tiene otro sentido más profundo, como por ejemplo, reflejarnos nuestras propias creencias que nos condenaron al sufrimiento? ¿Realmente no nos podemos separar si están »por medio« los niños? ¿Vale más seguir – aunque en constante pelea o sumisión – que encontrar otras maneras de convivencia más amorosas y respetuosas para todos? ¿Vive el amor solo bajo un techo? O por el contrario … ¿Soy capaz de aceptar todos los espejos que me ofrece la pareja sin romper antes la convivencia? ¿Quiero huir para volver a encontrarme con el mismo espejo más adelante, o busco la libertad de mi mente y estoy dispuesto a aceptar el espejo “tan horrible” también en mi para así cambiarlo ya de una vez por todas?
Expreso mi profunda gratitud a todas las personas que han llegado a mi vida con una silla de ruedas. Gracias a todas las almas que en mi han despertado EL PODER INTERIOR DEL GIGANTE. En mi han dejado una huella importante: para poder llegar a la LIBERTAD es preciso CAMINAR – paso por paso. Si nos sentamos sobre una »silla«, nos entregamos al destino. Si al contrario damos nuestro primer paso hacia el Gigante, a pesar de que al principio nos parezca imposible, y así cortamos con un tipo de dependencia, llegaremos tarde o temprano también a la parada deseada: plena LIBERTAD. Porque la Libertad no es vivir ignorantes, como a veces creemos (o sea un hacer sin tener en cuenta a los demás). A contrario. LIBERTAD es sentir interiormente todas las capacidades, toda la fortaleza, toda la dicha y todo el amor, para que así podamos dejar todas las dependencias - de personas o cosas – con las que »contamos« para obtener las mismas cualidades desde afuera. Tenemos plena conciencia de que lo poseemos y así lo podemos dar sin limitaciones: a los que ya nos aman y a los que parecen aún »no amarnos« - porque tenemos suficiente para todos. Así la libertad individual se convierte a la LIBERTAD social, y por fin somos L I B R E S. Amamos porque somos amados por nosotros mismos, sanamos porque no hay cadenas que nos aprisionan en nuestra mente, y nos tranquilizamos porque deja de haber guerras mentales de la falsa pequeñez y debilidad.